“Cada vez que se
encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y
reflexionar.” Mark Twain
Hace tiempo venimos viendo en diversas de las llamadas
“redes sociales”, numerosos movimientos “revolucionarios”. Antaño hicimos un
breve análisis del movimiento cadavérico rebautizado como “Movimiento 15m”, pues bien, tras reiteradas
pataletas de estos individuos, tras su ineptitud como revolucionarios y su
demagogia barata, sólo podemos tildar estos grupos de desdichados.
Los últimos acontecimientos en cuanto a protestas y la ardua
necesidad por parte de los ciudadanos de convocar una nueva Asamblea Nacional
Constituyente (algo de carácter reciente), sólo serviría para prolongar la lenta
agonía que sufre el actual Estado. Hemos de hacer reminiscencia y recordar que
dichas asambleas no conducen al tan esperado como utópico bien común, sino a un
desmesurado gallinero, donde cada individuo, abanderado del materialismo
individualista, expondrá su tesitura en vana espera de que ésta sea aprobada.
El edificio metafórico en el cual todos habitamos, es, como cualquier
edificio lorquiano (con todo el respeto a sus habitantes), un ruinoso lugar sin
posibilidad de sostener su estructura interna. La solución no es poner parches
ni apuntalamientos, sino muy a nuestro pesar y en beneficio de todos,
derruirlo. Es entonces sobre las ruinas donde se construirá un nuevo
edificio, donde los nuevos hombres que lo habiten sean quienes
han permanecido en pie tras el derrumbe.
Extrapolando al orden nietzscheano de las cosas, no sólo
debemos garantizar la prevalencia del nuevo edificio, sino en un paralelismo
concordante, hemos de destruir los valores que hicieron ruina a lo anterior y
en consecuencia construir, crear los
nuevos valores que caractericen al nuevo hombre.
Las redes sociales quienes han de servir como trampolín para
dicho cambio revolucionario, se han convertido en un hervidero de serviles
pazguatos que en afán revolucionario,
trasladan su ardor guerrero a una praxis de pañal. (Quien los haya portado,
sabe lo que acaece dentro de ellos)
Esto que debiera ser pues como medio de expresión y
difusión, es sino reflejo de lloriqueo y
pataleta de numerosos europeos cuyo ardor interior se ha apagado, abrazando en
consecuencia la comodidad y la desidia,
esa pues debería ser su bandera y no otra.
Podemos achacar esta apariencia de lo inapreciable a la
evidente dependencia de los individuos a estas famosas redes. Tanto su acción como
su idealismo quedan menoscabados bajo la efigie de varias empresas que han
tomado el control de la personalidad así como de las conciencias de los
consumidores. Aquello que no han conseguido los opresores, lo han conseguido
unas meras líneas de programación.
El hombre ha trascendido de las relaciones interpersonales,
abiertas, esporádicas y en general físicas, a una relación completamente
informatizada y carente de espiritualidad, pues los roles desempeñados dentro
de ellas no son sino máscaras del alter ego de los ciudadanos.
Jamás un individuo común podrá mostrar su verdadera
identidad, pues esto abocaría al fracaso todo intento de realización social e
incluso laboral (recordemos que diversas empresas indagan sobre la vida de sus
empleados, que mejor manera que dentro de una de las redes). Esta negación
voluntaria y de la voluntad conduce inexorablemente al hombre a formar parte
del entramado de encabezados y sentencias de los lenguajes de programación que
conforman dichas páginas.
En otro orden de cosas, la revolución, palabra utilizada y menoscabada
por estos individuos, no contiene en su etimología ni un ápice de aproximación
de lo que están llevando a cabo.
El término Revolución tiene su origen en el verbo latino revolveré, cuyo significado es “volver a
girar” (véase párrafo del edificio). Término asociado antiguamente a la
astronomía (entre otros) para denominar los giros de los astros.
Cuando se emplea “volver a girar”, esto supone un retorno,
una vuelta al origen dentro de una concepción cíclica, el comienzo de todo.
Dada esta denominación, en parte etimológica y en parte
subjetiva, pues es de libre pero de acotada interpretación, podemos decir
claramente que lo que los adalides de la nueva democracia pretenden no es una
revolución, sino un mero cambio sin alterar el curso de las circunstancias,
ergo, todo seguiría igual.
Ya en la Revolución
Francesa, al margen de todas las connotaciones que pueda desatar, dicha revolución se
llevo a cabo como tal. Un estamento directriz, que fue la nobleza francesa del
Antiguo Régimen, fue derrocada, y sustituida por otro estamento, en este caso
la Burguesía. Ello supuso un cambio radical en la mentalidad de la época, pues
la concepción feudal (extremadamente corrompida por entonces) fue sustituida
por la fuerza, instituyendo sobre ella un nuevo proceso de alienación social.
La masa, una vez más, en uso reiterado de su estulticia, creyó, en vano, que la soberanía residía en el pueblo. Para
ello sólo era necesario lanzar consignas adulantes al mismo para provocar su
masiva reacción. Análogamente si
hablamos de la Revolución Rusa,
podemos dilucidar un mismo proceso, pero a diferentes peldaños de la jerarquía.
Cabe matizar, a modo de aclaración y para críticos históricos, que pese a los
cambios “directrices” siempre hubo y habrá un director de orquesta oculto que, como un titiritero mueve los
hilos a voluntad.
Podemos pues pensar de mil maneras distintas, pero la forma de abordar una situación es, por un lado ser
partícipe de la demagogia pseudopacifista, adquiriendo un buen teclado y a posteriori una tienda de
campaña para manifestarnos, o de un modo europeo y tradicional, que no
reaccionario, que es luchar por lo justo
y verdaderamente aristocrático, nuestra identidad y el retorno al origen de
todas las cosas.
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