Siempre nos hemos encontrado, en noticias o en nuestro entorno social, sucesos que nos han conmovido dada su gravedad para con el pueblo en que vivimos. Nos referimos al comúnmente llamado asesinato, un hecho/acción que viola “un derecho fundamental” del ser humano: el derecho a la vida.
De forma "natural" vemos el homicidio con lógico repudio, pues se trata de un acto en el que se arrebata una vida o varias según la magnitud.
Ahora bien, dilucidando filosóficamente lo que supone asesinar, nos encontramos con un comportamiento instintivo en armonía con la naturaleza en cuanto a que el humano es un animal bípedo. En el mundo animal, donde prima el instinto, es común ver depredadores imponerse mortalmente a otros, ya sea por necesidad alimenticia, ya sea por territorialidad, ya sea en pro de una buena monta o incluso por instaurar un Orden jerárquizado en el que el más fuerte domina al resto de la manda . El depredador, motivado por cualesquiera que sean sus apetencias, elige a su víctima y sin sensiblerías acaba con la existencia de su presa.
En la humanidad, el hombre, adolecido por el raciocinio que le hace creerse superior al resto de la creación, no tiende por lo general a acabar con la vida de sus semejantes, sin embargo éste comportamiento es completamente antinatural pues viola las leyes de la propia naturaleza, que dotan al más fuerte del privilegio de la vida sobre los más débiles.
Analicemos esta situación pues, lejos de abogar por el homicidio, se invita al abandono de todo prejuicio y la disposición reflexiva completa sobre el asunto pues, en un texto como el presente, la mejor forma de reflexionar es forzar la polémica que a buen seguro suscitara este escrito.
Supongamos que vivimos en una sociedad regida íntegramente por unas normas en mimetización armónica con la naturaleza. El hombre, movido por un sentimiento cualquiera (ambición, envidia, odio, celos, amor, honor, justicia o como mero pasatiempo), acaba con la vida de otro bípedo parlante. El animalizado homicida ha dado rienda suelta a su instinto dejando prevalecer la ley de supervivencia natural que hemos citado con anterioridad, aunque no en todos los casos ha de ser así. Eñ concepto de justicia es subjetivo pues el análisis de cada caso responde a cada mente lo cual indica que, lo que para unos no pasa de ser demencial, para otros tantos puede resultar de corte indiscutiblemente genial (vease como Jack el destripador dedicaba su ocio a acuchillar prostitutas, lo cual podria indicar que nos hallamos ante el primer héroe de la castidad cristiana... según a ojos de quién...). Nos encontramos así ante un comportamiento natural y por tanto beneficioso pues la naturaleza no actúa en consecuencia a su destrucción sino en su conservación, eliminando si es tarea consecuente a las especies alógenas o débiles instaurando así la ley eugenésica de la proliferación de cada especie mediante la procreación de los mejores.
Si la actuación de éste hombre (asesino despiadado para unos, espada de Damocles para otros) fuera según el orden natural de las cosas, no estaría sino beneficiando a sus semejantes con la eliminación de un elemento débil y por tanto anulando la supervivencia de la futurible estirpe derivada de la degeneración progresiva y hereditaria del individuo fenecido.
Un estado en el que la supremacía del fuerte está presente determina su evolución hacia cotas más elevadas. Esto se deduce si lo comparamos con la biodiversidad natural: una especie depredadora que suele ser minoritaria, regula, con su sed alimenticia todo el ecosistema donde habitan eliminando a los seres más débiles sirviendo éstos como pasto de sus superiores genéticos. De la misma manera ocurre entre semejantes: si un león, quien ha heredado una genética débil, enferma, intenta convivir en manada, solo es cuestión de tiempo que el macho alfa de dicha manada lo aparte del camino por el bien común de la misma (curioso hecho que recuerda a muchas civilizaciones humanas que alcanzaron la inmortalidad). No es necesario muchas veces que las especies aparten al Ser enclenque, él mismo es quien acaba sucumbiendo por su propia ineficacia u opta por el destierro (como en el caso de las palomas).
Muchos animales se enfrentan uno al otro por mera rivalidad. El hombre no dista mucho de estas actuaciones, pues a lo largo de la historia se ha enfrentado a otros individuos por rivalidad o cuestiones morales, donde en la mayoría de los casos acaba falleciendo uno de los individuos enfrentados. El vencedor no siempre triunfa por su superioridad, aunque debiera ser así para que se cumpla el objetivo de la naturaleza y del pueblo en sí. Como ya se indicase con sabiduria "vis pacem, para bellum" (si quieres paz, haz la guerra).
¿Estamos pues hablando de asesinato? En efecto, se arrebata una vida y se viola así el derecho fundamental de la misma.
Como complementación y como análisis histórico simplificado al verbo, (“Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios") vemos en realidad, hombres matando hombres. En cualquier periodo que se mente, hombres matando hombres. Hombres sabios, justos, crueles, viles… matando hombres. Entonces… ¿Quién puede juzgar a un asesino por arrebatar una vida, si quien juzga y gobierna tiene las manos manchadas de ese líquido preciado llamado sangre?
Como contraargumentación a lo escrito se ha de esclarecer que, cuando se elimina a un individuo, muchas veces lo perpetra un energúmeno con una perturbación mental (a nuestro juicio, que no al de todos), que hace comportar al individuo contra su voluntad, o simplemente porque no es capaz, o no quiere distinguir el bien del mal, pero ¿Qué es lo que está bien y lo que está mal? ¿Cuál es la voluntad divina que determina y en consecuencia juzga nuestras acciones acaecidas en el mundo material?
Reflexionemos (¡OJO: reflexión no es sinónimo de acción!) sobre lo que supone la eliminación u homicidio/asesinato (utilizando esta palabra por asemejarse a lo que deseo expresar), selectivo o no, del individuo-masa.
Salve et Victoria!
De forma "natural" vemos el homicidio con lógico repudio, pues se trata de un acto en el que se arrebata una vida o varias según la magnitud.
Ahora bien, dilucidando filosóficamente lo que supone asesinar, nos encontramos con un comportamiento instintivo en armonía con la naturaleza en cuanto a que el humano es un animal bípedo. En el mundo animal, donde prima el instinto, es común ver depredadores imponerse mortalmente a otros, ya sea por necesidad alimenticia, ya sea por territorialidad, ya sea en pro de una buena monta o incluso por instaurar un Orden jerárquizado en el que el más fuerte domina al resto de la manda . El depredador, motivado por cualesquiera que sean sus apetencias, elige a su víctima y sin sensiblerías acaba con la existencia de su presa.
En la humanidad, el hombre, adolecido por el raciocinio que le hace creerse superior al resto de la creación, no tiende por lo general a acabar con la vida de sus semejantes, sin embargo éste comportamiento es completamente antinatural pues viola las leyes de la propia naturaleza, que dotan al más fuerte del privilegio de la vida sobre los más débiles.
Analicemos esta situación pues, lejos de abogar por el homicidio, se invita al abandono de todo prejuicio y la disposición reflexiva completa sobre el asunto pues, en un texto como el presente, la mejor forma de reflexionar es forzar la polémica que a buen seguro suscitara este escrito.
Supongamos que vivimos en una sociedad regida íntegramente por unas normas en mimetización armónica con la naturaleza. El hombre, movido por un sentimiento cualquiera (ambición, envidia, odio, celos, amor, honor, justicia o como mero pasatiempo), acaba con la vida de otro bípedo parlante. El animalizado homicida ha dado rienda suelta a su instinto dejando prevalecer la ley de supervivencia natural que hemos citado con anterioridad, aunque no en todos los casos ha de ser así. Eñ concepto de justicia es subjetivo pues el análisis de cada caso responde a cada mente lo cual indica que, lo que para unos no pasa de ser demencial, para otros tantos puede resultar de corte indiscutiblemente genial (vease como Jack el destripador dedicaba su ocio a acuchillar prostitutas, lo cual podria indicar que nos hallamos ante el primer héroe de la castidad cristiana... según a ojos de quién...). Nos encontramos así ante un comportamiento natural y por tanto beneficioso pues la naturaleza no actúa en consecuencia a su destrucción sino en su conservación, eliminando si es tarea consecuente a las especies alógenas o débiles instaurando así la ley eugenésica de la proliferación de cada especie mediante la procreación de los mejores.
Si la actuación de éste hombre (asesino despiadado para unos, espada de Damocles para otros) fuera según el orden natural de las cosas, no estaría sino beneficiando a sus semejantes con la eliminación de un elemento débil y por tanto anulando la supervivencia de la futurible estirpe derivada de la degeneración progresiva y hereditaria del individuo fenecido.
Un estado en el que la supremacía del fuerte está presente determina su evolución hacia cotas más elevadas. Esto se deduce si lo comparamos con la biodiversidad natural: una especie depredadora que suele ser minoritaria, regula, con su sed alimenticia todo el ecosistema donde habitan eliminando a los seres más débiles sirviendo éstos como pasto de sus superiores genéticos. De la misma manera ocurre entre semejantes: si un león, quien ha heredado una genética débil, enferma, intenta convivir en manada, solo es cuestión de tiempo que el macho alfa de dicha manada lo aparte del camino por el bien común de la misma (curioso hecho que recuerda a muchas civilizaciones humanas que alcanzaron la inmortalidad). No es necesario muchas veces que las especies aparten al Ser enclenque, él mismo es quien acaba sucumbiendo por su propia ineficacia u opta por el destierro (como en el caso de las palomas).
Muchos animales se enfrentan uno al otro por mera rivalidad. El hombre no dista mucho de estas actuaciones, pues a lo largo de la historia se ha enfrentado a otros individuos por rivalidad o cuestiones morales, donde en la mayoría de los casos acaba falleciendo uno de los individuos enfrentados. El vencedor no siempre triunfa por su superioridad, aunque debiera ser así para que se cumpla el objetivo de la naturaleza y del pueblo en sí. Como ya se indicase con sabiduria "vis pacem, para bellum" (si quieres paz, haz la guerra).
¿Estamos pues hablando de asesinato? En efecto, se arrebata una vida y se viola así el derecho fundamental de la misma.
Como complementación y como análisis histórico simplificado al verbo, (“Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios") vemos en realidad, hombres matando hombres. En cualquier periodo que se mente, hombres matando hombres. Hombres sabios, justos, crueles, viles… matando hombres. Entonces… ¿Quién puede juzgar a un asesino por arrebatar una vida, si quien juzga y gobierna tiene las manos manchadas de ese líquido preciado llamado sangre?
Como contraargumentación a lo escrito se ha de esclarecer que, cuando se elimina a un individuo, muchas veces lo perpetra un energúmeno con una perturbación mental (a nuestro juicio, que no al de todos), que hace comportar al individuo contra su voluntad, o simplemente porque no es capaz, o no quiere distinguir el bien del mal, pero ¿Qué es lo que está bien y lo que está mal? ¿Cuál es la voluntad divina que determina y en consecuencia juzga nuestras acciones acaecidas en el mundo material?
Reflexionemos (¡OJO: reflexión no es sinónimo de acción!) sobre lo que supone la eliminación u homicidio/asesinato (utilizando esta palabra por asemejarse a lo que deseo expresar), selectivo o no, del individuo-masa.
Salve et Victoria!
hacete dar por hitler
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