“En cuanto alguien
comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre,
ninguna tiranía puede dominarle.”
Todos anhelamos ese momento de gloria, ese pequeño instante
en el que toda nuestra vida queda reducida a la probabilidad de un dado, o de
un modo más acotado, de una moneda.
Vivimos en una época
en el que el sentimiento de comunidad, del beneficio común, se encuentra un
peldaño por debajo de la codicia, el egocentrismo o provecho propio.
Sólo a través de la música podemos identificar ese sentimiento heroico que duerme
en todos nosotros y ha llegado el momento de despertar. La música como conductor anímico, nos desplaza hacia la
barrera de lo incognoscible, no más allá, pues perteneciente a lo terreno no
consigue ese acercamiento místico que sólo la acción puede.
Llegado entonces el momento de la acción, nuestros propios
pensamientos cobran vida en una realidad imperfecta, luego hemos dado el paso
decisivo. Esta realidad imperfecta es lo que desequilibra la balanza de lo
imaginado y lo real, convirtiendo en numerosas ocasiones nuestras empresas en
vanas ilusiones que desembocan al fracaso estrepitoso.
La simetría que crean la acción y las ideas es lo que debe
mover al hombre, sus deseos y pasiones no son más que transfiguraciones ilusorias de
de lo que realmente son.
¿Qué queda de nuestro sentimiento interno? Todo, el paso a
la acción lo es todo. El duro camino de letargo hasta el momento en el que la transmutación lo es todo, hasta
el propio fracaso.
Poniendo, después de este inciso, los pies en la tierra,
entramos en un dilema moral que se plantea cualquier individuo llegado el
momento de la acción:
¿Perderé todo lo que tengo actuando? ¿Pongo en riesgo mis bienes y a mi propia familia?
Inicialmente podemos clasificarlas como preguntas meramente retóricas pero de una gran trascendencia pues ahí, en esas preguntas se encuentra el paso decisivo. Nuestro apego a lo mero material nos hace comportarnos como se comporta actualmente el ciudadano del siglo XXI. Un ser irrisorio, pacifista e inútil sin la menor muestra de residuo de lo que antaño fue. Ese apego a lo que debería mejorar nuestra vida y no hacer de ella una mera dependencia de la materia.
Debemos y tenemos que deshacernos de aquello que nos somete
y esclaviza. El hombre es libre y como tal ha de hacer uso de la misma con tal de acometer su propio futuro. La naturaleza y la
lógica se encargarán de posicionarnos jerárquicamente en pro de un estado
natural, es decir, un paralelismo con lo matemático, lo exacto.
Permítanme citar unas líneas de Julius Évola que expresa de manera contundente lo que se pretende
desarrollar:
“…El
instante final en el cual un individuo debe comportarse como un héroe es el
último de su vida terrestre y pesa infinitamente más en la balanza que toda su
existencia vivida monótonamente en la agitación incesante de las ciudades…”
Efímeros momentos en que
el hombre siente la imperiosa necesidad de hacer ese “algo” que lo
caracterizará e inmortalizará a lo largo de los siglos.
"Las palabras son un fraude. Para transformar la
realidad el escritor debe mentir. Pero la acción nunca miente. La armonía de la
pluma y la espada. Este era el lema de los samuráis, su forma de vida. Ahora ha
caído en el olvido. ¿Pueden seguir unidos el arte y la acción? Esa armonía sólo
puede darse en un breve fogonazo, en un sólo instante." Yukio Mishima
¿Es pues necesario
seguir extendiendo lo que el hombre debe grabar a fuego en su conciencia
soñolienta?
¿Debemos seguir
presos de la tiranía titánica que nos impide alcanzar nuestros sueños por
absurdos o ilusorios que puedan parecer?
Dejemos la puerta
abierta a la reflexión, son los lectores quienes deben llegar hasta donde crean
necesario.
No guarden aún su
armadura, no vendan su espada, aguardad, cambiad el presente, somos el futuro.
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