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Liturgia para el 122 aniversario del único y verdadero Führer de Europa: Adolf Hitler


Día 20. El advenimiento del Avatara. La divinidad aria en el mundo, la esperanza del resurgimiento de la Edad Dorada. Tiene un rito especial. Se consagra con ofrendas de flores ante la imagen del Führer. La música para ese día será “Parsifal” de Wagner.

Días 21 al 29: Celebración de la obra del Avatara, durante su permanencia en esta tierra. Se celebra con juegos atléticos, exposiciones de arte y audición de los tres primeros dramas musicales de la Tetralogía wagneriana, o al menos, las oberturas y trozos selectos de las óperas. Se consagran con flores, luces y banderas, junto con banquetes vegetarianos nocturnos.

Día 30: Walpurgisnacht. La partida del Avatara hacia el Walhalla. Tiene un ritual especial. Se consagra con banderas enlutadas y a media asta, luces rojas y negras y coronas fúnebres. Esa noche, hasta el alba del día siguiente, se mantiene una guardia de Honor ante la imagen del Führer. Durante esa guardia se escuchará completo “El ocaso de los Dioses” de Wagner.



RITUAL PARA LA CELEBRACIÓN DEL 20 DE ABRIL, FESTIVIDAD DEL ADVENIMIENTO DEL AVATARA

(El lugar de la celebración debe estar bien iluminado, preferentemente con luz natural y adornado con gusto para la ocasión, destacando un gran retrato del Führer y en algún rinconcito una fotografía de sus padres Alois y Paula y de Hitler de niño, con flores y velas blancas. Por supuesto, el símbolo del Sol, de la Tierra y del Fuego, deben estar también presentes. Tras una llamada musical solemne, que puede ser el inicio de poema sinfónico de Richard Strauss “Así habla Zaratrusta”, se realizará la siguiente lectura).

El último niño nacido de la luz.

Fue en 1889, durante el primer año de reinado del Káiser Guillermo II. Bismarck, el canciller de hierro, el creador del segundo Reich Alemán, estaba todavía en el poder.

En aquel entonces, un digno, honesto y trabajador oficial de aduanas vivía con su familia en Braunau, una bonita y pequeña ciudad junto al río Inn, en la frontera entre Austria y Alemania.

La ciudad con su plaza, en uno de cuyos extremos puede verse una vieja fuente dominada por una estatua de Cristo, era poco diferente de las otras numerosas pequeñas ciudades de la región, con sus viejas casas y iglesias, con sus viejas calles, limpias y a menudo estrechas, y la torre de cuatro pisos -Salzburg Turm- que ya en aquel entonces separaba la plaza principal del extrarradio. Seguramente tenía el mismo aspecto que tiene hoy en día. Las ciudades pequeñas cambian menos que las grandes.

Y el oficial de aduanas, cuyo nombre era Alois Hitler, vivía y reaccionaba ante la vida como tantos otros funcionarios del gobierno. Agraciado con una voluntad de poder y perseverancia, desde su juventud se había auto formado promocionándose desde una posición de un muchacho de pueblo a la de notario público de una oficina gubernamental, lo cual se le manifestaba como la cima de la respetabilidad. Y ahora, después de todos estos años, cuyos días fueran tan desesperadamente iguales; su monótona vida no lo parecía frente a sus ojos, puesto que no tuvo tiempo para pensar en ello como tal. Meticulosamente riguroso, el trabajó y trabajó. Y lo días y los años pasaron. Pronto llegaría el tiempo en que el honesto funcionario se retiraría con una pequeña pensión.

Mientras tanto el vivía en el extrarradio, solo a unos pocos pasos de la Salzburg Turm, en una vieja casa de dos pisos con pintorescos descansillos abovedados en cada tramo de escalera y espaciosas habitaciones. Su esposa, Clara, era bonita rubia. Con unos magníficos ojos azules. Sólo de veintinueve años (era su tercera esposa), de naturaleza apasionada, pero pensativa y serena; tan imaginativa e intuitiva como poco románticamente diligente era su marido; tan cariñosa como respetuoso era él; y capaz de un continuo sacrificio sin fin. Ella le respetaba profundamente, pero sobretodo ella amaba a sus niños y a Dios – Dios en sus niños- y no sabía lo acertada que estaba. En concreto cuán fielmente el espíritu divino- la divina personalidad de la humanidad aria- cuya manifestación aparece ahora y entonces en la forma de un extraordinario ser humano, vivía en el bebé que ella estaba amamantando: su cuarto hijo.

Lo acababan de tener el 20 de Abril a las dieciocho de la tarde, en esa larga y aireada habitación del segundo piso- la última a mano derecha, al final de un estrecho pasillo- en la cual estaba ahora recostada, todavía sintiéndose débil, pero feliz. Las tres ventanas abrían a la calle. A través de los limpísimos cristales y blancas persianas, calientes rayos de sol entraban a raudales. El bebé dormía, madre descansaba. No sabía que acababa de ser el instrumento de un enorme poder cósmico.

El bebé dormía, la madre descansaba; estaba agradecida por los brillantes rayos del Sol y el cercano verano Para entonces podría sacar al niño siempre que pudiera. Mientras tanto rezaría a la reina del cielo para que él pudiera vivir. Sus tres primeros hijos habían muerto, uno tras otro.

El niño fue bautizad con el nombre de Adolf.

Invisibles sobre el cielo de la pequeña ciudad fronteriza, las estrellas formaban, el 20 de Abril de 1889, a las seis y dieciocho de la tarde, un claro dibujo marcando el retorno a la tierra de “Aquel-Quien-Regresa”, el Hombre divino “Contra el tiempo”, la encarnada personalidad colectiva de la humanidad superior, quien una y otra vez y cada vez de forma más heroica , se interpone en solitario contra la permanente y acelerada corriente de decadencia universal y prepara, en dura y sangrienta lucha, el amanecer del siguiente Ciclo de Tiempo, aún estando durante largos años o décadas. Aparentemente abocado al fracaso.

Pues el recién llegado no era sino que Él.

****

Nunca las circunstancias habían sido más desfavorables a su reconocimiento, es más, la posibilidad misma de la toma de conciencia de su misión en el ámbito de un soberano predestinado. No solo había, como cualquiera estará dispuesto reconocer, un largo camino desde el humilde estatus del niño hasta aquel que tenía que alcanzar para jugar en la historia de Occidente, la parte política a la que estaba destinado, sino que nada parecía apropiado para prepararle en la ejecución de su tarea aún más grande. A saber, la de despertar el Alma Aria Occidental a su propia sabiduría natural. La Sabiduría Aria, en su forma consciente y guerrera, en oposición a todos los valores tradicionales del Cristianismo, era desconocida en el mundo occidental de la época- mucho más en Braunau am Inn- desconocida a todos excepto a unos pocos pensadores solitarios tales como Friedrich Nietszche. Los poderes celestiales, sin embargo, dieron al niño divino dos privilegios principales a través de los cuales él iba, sorprendentemente pronto, a ser consciente de ella; a reiventarla según su propio entender: Primero, una pura y saludable herencia, conteniendo lo mejor tanto de la sangre nórdica, como de la céltica- la imaginación apasionada y la intuición mística de los celtas, aliada a la voluntad de poder, minuciosidad, eficiencia y sentido de la justicia ( y también perspicacia) del nórdico. Y junto a ello, un amor apasionado, ilimitado e insondable por esa Tierra alemana que se extiende a ambos lados del Inn así como a ambos lados del Danubio y más allá; y por su pueblo, sus hermanos de sangre: No aquellos que son especímenes perfectos de la humanidad superior (pues no hay ninguno en esta Edad Oscura) sino aquellos que pueden y llegarán a ser tales, mientras posean el elemento fundamental en ellos.

A través de ese amor- y a través de él solamente- él iba a elevarse a la intuitiva certidumbre de la Verdad eterna sobre la cual iba a construir la Doctrina Nacionalsocialista, forma moderna de perenne religión de la Vida; esa certidumbre que la separa incluso de los más grandes políticos y le establece directamente dentro de la categoría de los profetas guerreros, fundadores de las más sanas civilizaciones que conocemos, dentro de la categoría de los Hombres “Contra el tiempo”, cuya visión alcanza, más allá de nuestro enfermo mundo condenado a una rápida destrucción, la todavía impensable y próxima Edad Dorada, de la cual ellos son los profetas y serán los Dioses.

El niño predestinado de Braunau- Adolf Hitler- vive para siempre en el Nacionalsocialismo, su creación y expresión integral. Entender esto último es entenderle en su luz apropiada. Adolf Hitler vive, pues, cada uno de los que, como nosotros, le recordamos, le veneramos y seguimos sus enseñanzas. Porque después de ….. años de su desaparición, sus seguidores recuerdan todos los 20 de Abril el nacimiento de una Era, la Era Hitleriana de Guerra Metafísica contra el mal del mundo y sus lacayos.

(Interludio musical que puede ser un coro de la Juventud Hitleriana tras el cual se procederá a la ofrenda de “ “ de la familia de Hitler)

Profecía de Georg Lanz von Liebenfels

Dicen las leyendas que los Ases volverán un día a reconquistar la ciudad de Asgard en el Cáucaso, guiados por las valkirias y el Gran Caballero Blanco, convertido en señor supremo.

Retornaran a la sagrada Osetia y a la montaña mágica, Elbruz. Al cabo de doce años después de su verdadero nacimiento, tendrá la primera revelación del sentido del signo con el que formará su estandarte.

Después de haber recibido los Pequeños y Grandes Misterios, será elegido, subiendo, los doces grados del Superhombre, que le darán los poderes mágicos para realizar la misión. No obstante, deberá todavía sufrir la prueba de fuego y del hierro hasta en su propia carne, antes de comenzar a reunir a sus discípulos y aparecer a plena luz.

Emprenderá una cruzada contra las fuerzas del Mal y se convertirá en Señor Supremo de todo el Universo, en la ciudad donde irradiará la Gran Cruz Giratoria.

Plantará su estandarte en la cumbre del monte del Arca.

Poseyendo la verdadera potencia de Odín, hará conocer a sus enemigos el fuego del cielo, que estará a su servicio y azotará la tierra con más violencia que mil relámpagos. Será Señor Supremo del mundo e instaurará las leyes de su Orden por mil años.

El señor supremo se dispondrá al gran viaje se dispondrá al Gran Viaje. El hijo habrá construido el Águila de Oro que al termino del la sexta Edad Verdadera del Señor Supremo le conducirá hasta las puertas de la Cuidad Celeste marcada con las doce Cruces Negras Giratorias en la noche de los tiempos.

(Interludio musical que puede ser la “Tocata y Fuga en Re” de Bach)

Rito final.

(El oficiante gritará:)

¡Camaradas, en pie!

(Puestos todos los presentes en pie, el oficiante dirá:)

Un nuevo fenómeno asoma ahora por el horizonte. De nuevo se alza una realidad que lo transformará todo. Al igual que la oscuridad de una civilización moribunda extiende sus sombras sobre un mundo confuso y en trance de desaparición, la Fe del Futuro alumbrará brillantemente como la única gran esperanza, como la estrella polar de una nueva era y un resplandeciente Nuevo Orden al que guiará la personalidad inmortal de la figura más grande que haya pisado jamás la faz de la Tierra.

Por ello saludamos en este aniversario de su advenimiento al dominador jamás vencido que se ha retirado a una residencia inaccesible, pero que se manifestará en el día de la “Última Batalla”.

Adolf Hitler, guía nuestro, recibe este homenaje que en tu honor y memoria te ofrecemos, nosotros tus fieles, con el firme deseo de alcanzar el valor, la fuerza y la lealtad al servicio de la idea por la que tú y tu pueblo mártir ofrecisteis el más heroico de los sacrificios.

Y en este día de feliz memoria, nosotros te juramos ante los sagrados símbolos del Sol, de la Tierra y del Fuego, mantenernos inquebrantablemente fieles a los principios que emanan de tu presencia, de tu palabra y de tu ejemplo, como lo hicieron tus más queridos allegados, Joseph y Magda Goebbels, Eva Braun y Rudolf Hess, junto con los miles y miles de hombres y mujeres, trabajadores, intelectuales, artistas y soldados que estuvieron contigo hasta el fin. Sí así lo hacemos, que el todopoderoso nos lo tenga en cuenta y sino que nos lo demande.

¡Camaradas! ¡Saludo al Führer!

(Todos los presentes adoptarán la postura del saludo nacionalsocialista y dirán al unísono:)

Y Él se hizo Hombre

Para que el hombre se “” héroe

Y de esta forma

El Camino y destino es Hiperbórea

Que nuestros corazones canten:

¡Adolf Hitler! ¡Tú nos enseñaste a amar la tierra y la sangre de nuestras raíces y guiaste a tu pueblo por la senda de los héroes. Por eso, hoy y siempre te honraremos. Tu palabra y tu ejemplo despertaron el orgullo en nuestro corazón y porque hiciste renacer en nosotros la esperanza, siempre te seremos fieles.

Por eso, hoy como ayer, resuenan por todo el orbe en este día los gritos de salud y victoria que anuncian el nuevo amanecer.

¡Sieg Heil! (Tres veces)

TREINTA DE ABRIL

LA PARTIDA DEL AVATARA

Parte: Introducción

(El oficiante dice:)

¡Camaradas! ¡Estamos reunidos hoy aquí en esta noche, Walpurgisnacht, de la antiquísima tradición germánica, para rememorar debidamente la partida al Walhalla del Führer Adolf Hitler y por tanto deben estar presentes en espíritu junto a nosotros, aquellos que nos procedieron y aquellos que han de nacer. Que ardan estos fuegos en su representación.

(Se encienden los fuegos ceremoniales)

(Se inicia la ceremonia con los compases del segundo movimiento (marcha fúnebre) de la Sinfonía nº3 “Heroica” de Beethoven cuya melodía se mantendrá dos minutos).

Primera lectura. ( Del libro de Heinz Linge, “Bis zum Untergang”)

(La música se aleja lentamente hasta dejar de escucharse)

Es el 20 de Abril de 1945, las 15 horas, 15 minutos de la tarde. Los obuses y la metralla caen sin cesar sobre Berlín y los incendios entregan a visión de un drama alucinante. Es el GÖtterdÄmerung, el Crepúsculo de los Dioses. Es en el interior del Bunker, Adolf Hitler llam al oficial SS SturmbannfÜhrer, Heinz Linge, Asitente-Jefe de su servicio personal y le comunica que deberá dejar la escena.

Entonces Linge le pregunta:

“¿Por quien lucharemos ahora mi Führer?”

Y Adolf Hitler le responde:

“POR EL HOMBRE QUE VENDRÁ…”

(Continua la melodía de la marcha fúnebre hasta su final)

Segunda Lectura.(Del libro de August Kubizek, “Adolf Hitler, mi amigo de juventud”)

La visión

Fue en el otoño de 1906, Adolf y Gust abandonaron en silencio y conmovidos el teatro donde había contemplado la representación de Rienzi. Así describe su amigo este extraordinario acontecimiento:

Era una sombría y desapacible noche de Noviembre. La húmeda y helada niebla se extendía densa sobre las estrechas y desiertas callejuelas. Nuestros pasos sonaban extrañamente sobre el adoquinado. Adolf tomó un camino que lleva hasta las alturas del Freinberg. Ensimismado mi amigo caminaba delante de mí. Todo esto me parecía casi inquietante. Adolf estaba más pálido que de costumbre. El camino seguía por entre diminutos y míseros jardines y pequeños prados. La niebla quedaba atrás. Como una masa pesada y hosca gravitaba sobre la ciudad y sustraía las casas de los hombres a nuestras miradas.

-¿A dónde quieres ir? – quise preguntar a mi amigo. Pero su delgado y pálido rostro parecía tan distante que contuve la pregunta.

No había ya nadie a nuestro alrededor. La ciudad estaba sumida en la niebla.

Como impulsado por un poder invisible, Adolf ascendió hasta la cumbre del Freinberg. Y ahora pude ver que no estábamos en la soledad y la oscuridad; pues sobre nuestras cabezas brillaban las estrellas.

Adolf estaba frente a mí. Tomó mis manos y las sostuvo firmemente. Era este un gesto que no había conocido hasta entonces de él. En la presión de sus manos pude darme cuenta de lo profundo de su emoción. Sus ojos resplandecían de excitación. Las palabras no salían con la fluidez acostumbrada de su boca, sino sonaban rudas y roncas. En su voz pude percibir cuan profundamente le había afectado esta vivencia.

Lentamente fue expresando lo que le oprimía. Las palabras fluyeron más fácilmente. Nunca hasta entonces, ni tampoco después, oí hablar a Adolf Hitler como en esta hora, en la que estábamos tan solos bajos las estrellas, como si fuéramos las únicas criaturas del mundo.

Me es imposible reproducir exactamente las palabras que me dijo mi amigo en esta hora.

En estos momentos me llamó la atención algo extraordinario que no había observado jamás en él. Cuando me hablaba lleno de excitación: parecía como si fuera “otro Yo” el que hablará por su boca, que le conmoviera a él tanto como a mí. Pero no era, como suele decirse, que un orador es arrastrado por sus propias palabras. ¡Por el contrario! Tenía más bien la sensación como si el mismo viviera con asombro, con emoción incluso, lo que con fuerza elemental surgía de su interior. No me atrevo a ofrecer algún juicio sobre esta observación. Pero era como un estado de éxtasis, un estado de total arrobamiento, en el que lo había vivido en Rienzi sin citar directamente este ejemplo y modelo, lo situaba en una genial escena, más adecuada a él, aun cuando en modo alguno como una simple copia del Rienzi. Lo más probable es que la impresión recibida de esa obra, no fuera más que el impulso externo que le hubiera obligado a hablar. Como el agua embalsada que rompe los diques que la contiene, salían ahora las palabras de su interior. En imágenes geniales, arrebatadoras, desarrolló ante mí su futuro y el de su pueblo… Hablaba de una misión, que recibiría un día del pueblo, para liberarlo de su servidumbre y llevarlo hasta las alturas de la libertad.

Un joven completamente desconocido todavía para los hombres, habló para mí en aquella hora extraordinaria. Habló de una especial misión que un día le sería confiada. Yo, el único que le escuchaba en esta hora, no entendía apenas lo que quería decir con todo aquello. Habrían de pasar muchos años antes de comprender lo que esta hora vivida bajo las estrellas y alejado de todo lo terreno había significado para mi amigo.

El silencio siguió a sus palabras.

Descendíamos de nuevo hacia la ciudad. De las torres llegó hasta nosotros la hora tercera de la mañana.

Nos separamos delante de nuestra casa. Adolf me estrechó la mano en señal de despedida. Vi, asombrado. Que no dirigía en dirección a la ciudad, camino de su casa, sino de nuevo hacia la montaña.

-¿Adónde quieres ir?- le pregunté asombrado.

Brevemente replicó:

¡Quiero estar solo!-

Le seguí aún un largo tiempo con la mirada, mientras él, envuelto en su oscuro abrigo, descendía solo las calles nocturnas y desiertas.

***************

Cuando en el año 1939, poco antes que estallará la guerra, visité por vez primera Bayreuth como invitado del canciller del Reich, creí dar una alegría a mi amigo si le recordaba lo sucedido aquella hora en el silencio de la noche en lo alto del Freinberg…

Y a las primeras palabras pude comprender que se acordaba todavía exactamente de aquel momento y que sus detalles se habían conservado en su recuerdo.

También yo mismo estaba presente cuando Adolf Hitler refirió a la señora Wagner, en cuya casa habíamos sido invitados, la escena que había tenido lugar después de la representación de Rienzi en Linz. Así, pues, yo vi confirmado de manera inequívoca mis propios recuerdos. De forma inolvidable han quedado también grabadas en mí las palabras con que Hitler concluyó su relato con la señora Wagner. Dijo gravemente:

-En aquella hora empezó-

(Al finalizar la lectura, preludio de Rienzi…)

Tercera lectura. (Del libro de Savitri Devi “El Rayo y el Sol”)

El mundo contra su salvador.

Es pertinente recordar, a la luz del “Testamento político” del Führer, ese, extraordinario episodio de cuando Hitler tenía diecisiete años. La serenidad del último mensaje conocido del Führer, dictado bajo el fuego de los cañones rusos, es impresionante. Es la serenidad de aquella brillante noche estrellada que le había rodeado y penetrado cuarenta años atrás, cuando, por primera vez, tomó plena conciencia de su misión. Entonces, la grandeza de su destino le había sobrecogido. Y el “Yo” misterioso y superior que se le había revelado, se le había aparecido como “otro Yo” distinto al suyo. Ahora él sabía que los dos eran el mismo. Ahora, el destino se había cumplido. El camino de gloria y tristeza había llegado a su fin. En unas pocas horas, quizá, en unos pocos minutos, el enemigo estaría allí y el último bastión simbólico de la Alemania Nacionalsocialista- el búnker en los jardines de la Reichskanzlei- sería sumergido.

Y sin embargo… más tranquilo ahora, entre el estruendo de las explosiones y el ruido de los edificios desmoronándose que entonces en la cima del Freinberg bajo las estrellas, libre de la violenta desesperanza que le embargó al recibir las noticias del avance ruso al oeste del río Oder, Adolf Hitler contempló el futuro. Y ese futuro- el suyo propio, el del Nacionalsocialismo y el de Alemania, que se había convertido para siempre en la fortaleza de la nueva Fe- era nada menos que la eternidad; la eternidad de la Verdad, más firme (y más dulce) en su majestuosidad que incluso aquella de la Vía Láctea.

Los soviéticos podrían venir y sus “gallardos aliados” de Occidente podrían reunirse y regocijarse sobre las cenizas del Tercer Reich; Berlín podría ser borrado del mapa y Alemania, cortada en dos en cuatro, podría sufrir durante años una prueba tan severa como ninguna nación haya sufrido jamás en la historia, Pese a todo, el Nacionalsocialismo, la moderna expresión de la Verdad cósmica aplicada a los problemas socio-políticos y culturales, aguantaría y vencería.

“El heroísmo de nuestros soldados que han mantenido hacia mí, sentimientos de inquebrantable camaradería, es garantía de que un día nacerán una Alemania Nacionalsocialista y una Europa unidad Nacionalsocialista”- escribía Adolf Hitler en su “Testamento político”- “ ¡Que mis camaradas tomen conciencia de que el trabajo de los siglos venideros establecer una Europa Nacionalsocialista y que pongan siempre los intereses colectivos sobre los suyos propios!... Que cumplan – alemanes y no alemanes- (todas las fuerzas de la Europa Nacionalsocialista) las leyes raciales y resistan sin debilidad al veneno que está a punto de corromper y asesinar a todas las naciones: “el espíritu del judaísmo internacional”.

El trágico Estado “contra el tiempo” que se había establecido como el único dique posible contra las eternas fuerzas de la decadencia y que ahora yacía en el polvo, se elevaría un día de nuevo en una escala pan-europea ( o incluso pan-aria), con todo el vigor y el esplendor de la juventud recobrada. Se elevaría bajo el liderazgo de Aquel que ha de poner fin a esta Edad Oscura, de Aquel-Quien-Regresa, bajo su último aspecto, Sol y Rayo en igual proporción. Se elevaría de nuevo como la teocracia de la Edad Dorada por venir- una teocracia desde dentro- el reino terrenal de los dioses arios en carne y sangre.

¿Y el final atroz? ¿La agonía del orgulloso Tercer Reich Alemán? No fue sino el principio de la vía dolorosa que conduce al grandioso, Nuevo Comienzo. Todo horror del presente y del futuro inmediato, pasaría. El nacionalsocialismo se elevaría de nuevo porque es fiel a la realidad cósmica y porque lo que es fiel, no fenece. La “Vía Dolorosa” alemana fue precisamente el camino de la gloria venidera. Tenía que tomarse, si la nación privilegiada había de cumplir su misión de forma absoluta, es decir, si iba a ser la Nación que murió por el bien de la más alta raza humana, que ella encarnó y que se elevaría de nuevo para tomar la dirección de esos arios supervivientes que van -¡por fin!- a entender su mensaje de vida y llevarlo junto con ellos hacia el esplendor de la amaneciente Edad Dorada.

¡Oh cómo ahora- ahora- bajo el fuego incesante y el estruendo de la artillería soviética, ahora al borde del desastre, el Hombre” contra el tiempo” lo entendió claramente!.

Sobre él y sobre el humo de los cañones soviéticos y de la ciudad en llamas, sobre el ruido de las explosiones, millones y millones de millas más allá, las estrellas, las mismas que cuarenta años atrás habían esparcido su luz sobre el primer éxtasis profético del adolescente – centelleaban con toda su gloria en el vacío sin límite. Y el Hombre “contra el tiempo” que no podía verlas, sabía que su sabiduría nacionalsocialista, fundada sobre las mismas leyes de la Vida, su sabiduría que este mundo había maldecido y rechazado, era, y seguirá siendo, pese a quien le pese a todo, tan inasaltable y eterna como el terno “Baile de las estrellas”.

(Terminada la lectura, se escuchará el final de” El Ocaso de los Dioses” de Wagner.)

2ª Parte ceremonial.

(El oficiante grita alzando su espada desenvainada hacia lo alto:)

¡Arios de todo el Mundo

El Führer ha dejado esta vida…!

El partió, pero su lucha continúa.

Con reverencia y con tristeza,

Inclinemos nuestras banderas ate él.

(Entonces los abanderados rendirán lentamente las enseñas, el oficiante la espada y todos los presentes inclinan sus cabezas, mientras suena la marcha fúnebre de “Sigfried”)

(Al terminar la “marcha fúnebre” el oficiante diciendo:)

¡Arios de todo el mundo!:

¡Ha partido el más grande de los héroes de nuestra historia…!

Pero la lucha continúa.

Con orgullosa reverencia y con firmeza,

Alcemos nuestras banderas por él.

(En ese momento los abanderados alzarán las enseñas con rapidez y el oficiante su espada en saludo y da comienzo la melodía de “La cabalgada de las Valkirias”)

(El oficiante, alzando la espada en alto continúa haciendo sobresalir su voz sobre la música:)

¡EL VIVE!..

En una sola voluntad se alzan las fuerzas

De millones viviendo y millones muertos

En una sola doctrina está unida la fuerza

De incontrolables anhelos de millones de almas

En una sola mano el caluroso saludo

De muchedumbre jubilosa con manos extendidas

En un solo puño la osada demanda

De infinitas filas con los puños duros

En un solo corazón la tormenta y la luz

De bravos corazones de pueblos enteros

Como imponente repique de sonoras campanas

Su voz resuena en los confines del mundo.

¡El mundo lo escuchará!

(Terminada la melodía, el que oficia dirá:)

¡Camaradas!

Mañana amanecerá el 1 de Mayo y volverá a reír la primavera.

El Führer partió, pero la lucha continúa.

¡Sieg Heil! ¡Heil Hitler!

1 comentario:

  1. Excelente, este articulo de Homenaje a nuestro Fuhrer, no imagine que hubiera un Ritual y una Liturgia en su Nombre.
    Gloria Eterna, nuestro Fuhrer. SIEG- HEIL

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