La elevación del Yo pasa por la entrega incondicional a un pensamiento suprahumano pues es este el que distingue a los mediocres, a los bípedos parlantes que pululan inertes por el planeta Tierra de los héroes, los portadores de la dote increada que convierte al simple mortal en un soldado de la Verdad Incognoscible, de los poseedores de Espíritu.
Una práctica común que facilita el despertar espiritual es la fusión simbiótica con la Kundalini interior. Mediante la ascesis, el poder serpentinobipolariza el Yo transmutándolo alquímicamente en Nos. El impalpable reptil yacente despierta y se hiergue sobre su cola formando un pilar de Voluntad en estado puro que fortalece la columna vertebral enmarcando el ser con sendas columnas de Hércules que pasan a delimitar el fin de este mundo creado y el inicio del plano increado donde aguardan los Hombres Libres renacidos, los nacidos tras la muerte, los Arios...
Si llegado el fin de la creación, nos encontramos con el Todo Universal y nos fundimos con él como neonatos, abrazaremos la omnipotencia del Incognoscible alzándonos en el reino de lo divino con la Victoria, habiendo para ello tenido que ser previamente derrotados aquí, pues, como burda copia creada que somos, no podemos más que reflejar cual espejo -a la inversa- lo que en los telares del destino las Moiras/Parcas hilan.
Por contra, si al fenecer no resultamos integrados en el selecto "club" de los elegidos por la Divinidad para formar parte de su propia esencia, moriremos satisfechos por haber vivdo una vida plena en Compromiso y Deber, en Lealtad y Honor... en idealismo extremo.
Es este un canto que carga contra las ofertas de salvación eterna que democratizan al Hombre, tornándolo egoísta al ofrecerle un premio -eso sí, de consolación- por su servidumbre existencial como si de canes se tratase. Una posición estética como la presentada en este escrito, extremadamente insultante para los inquisidores y excesivamente ilusoria para los pragmáticos, se presenta ante nosotros, los Hitleristas, como una espada que empuja a su batallador al campo, a la conquista o la muerte pues, es en ella, en la hermosa idea de morir, donde encontramos nuestro nacimiento.
Una legión de Hombres forjados en el acero de estas premisas espiritualesy templados por el poder que otorga el sacrificio por A-mor, por la sacra idea de la Roma eterna, formará inquebrantables filas ante el enemigo de su estirpe pues vencer la lid será la idea, pues la victoria sacrificial templa el carácter y morir por su causa será el reencuentro añorado con su propia divinidad, del que voluntariamente fue desprendido con la árdua tarea de liberar los Espíritus cautivos y encadenados al Alma por el Demiurgo.
Tras el fin de este ciclo, la edad férrera del KaliYuga, Kalki cabalgará de nuevo sobre su blanco corcel cual ángel exterminador y degollará al creador y a sus engendros materiales reiniciando de nuevo el eterno retorno y con ello dando paso a la edad dorada de los Arios: El SatyaYuga, iniciando de nuevo el sendero del "aurea catena".
Así, si el Ario es el nacido dos veces o nacido en Espíritu tras el abandono del cuerpo y el SatyaYUga es la edad de los Arios, es lógico pensar que para la llegada de dicha edad es necesario el fin de la humanidad y su tiempo...
Eso sí, nadie interprete este escrito como un elogio a la megalomanía o vea un carácter psicopático exterminacionista en mís palabras. Nada más lejos de lo postulado anteriormente pues el sacrificio resulta inútil sin una vida previa de entrega y constancia en la lucha por algo elevado pues este cuerpo debe ser domado para dotar al espíritu e la experiencia adquirida.
Trato pues tan solo de desmitificar la muerte como paso negativo eliminando con ello el concepto de temor que nutre a los seres débiles y amanerados que se aferran a la existencia en todo aspecto llegando incluso a la Traición por salvaguardarla.
Salve et Victoria!
No hay comentarios:
Publicar un comentario