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El heroísmo en nuestros días


En más de una ocasión y seguramente más de una persona se habrá preguntado por aquello que conforma lo que se denomina heroicidad, más si cabe en estos tiempos donde todo aquello relacionado con dicho término suena a viejo, caduco e incluso legendario.


Es frecuente cuando se juntan un cierto grupo de hombres donde es nexo de unión la camaradería, recordar con nostalgia aquellos acontecimientos que hicieron grandes a nuestros antepasados y por los que a través de su carácter ha nacido nuestra idiosincrasia. Tal acción pese a denotar cierta venerabilidad y nobleza, más si cabe cuando nadie recuerda por lo que nuestro pueblo ha sido grande, aquello que perturba y trae a colación esta reflexión es el cariz nostálgico a través del cual es sentido todo ello.

Parece ser que el hombre de continuo edifica una y otra vez esas barreras que lo distancian de su estirpe y de lo que la misma representa; formulándose en su interior -ipso facto- cuestiones tales como, ¿Quizá soy yo el que de una forma u otra intento esquivar aquellos actos que me pueden situar a la par de nuestros más insignes héroes? ¿Es el miedo a enfrentarme a aquello más trascendente que mi propio Ser, el agente causante de tal cobardía?

En realidad tales cuestiones pueden ser parte del problema, pero es evidente que otros factores de índole distinta participan de la contingencia del hombre moderno ante dicha actitud.

Como seres que vivimos en un tiempo y espacio concreto, aún queriendo escapar de todos aquellos lastres producto de tan nefasta era como es la actual, somos presa de muchos de esos elementos espurios que la componen y la instauran en una sucesión de siglos.

Uno de los graves errores que se cometen, es la incapacidad a la hora de adoptar tal actitud, de encajarla en los acontecimientos que se presentan sucesivamente en nuestro tiempo. Haciendo un breve repaso histórico, podemos cerciorarnos como en cada era, el heroísmo se ha personificado siempre en un minúsculo grupo de hombres y como ha su vez estos han organizado tales hazañas adoptando una forma o corpus significativo y claro (legiones, ordenes de caballería, tercios…).Esta es la base desde donde se debe partir para realizar grandes empresas. En estos tiempos no hay cabida para cruzadas tales como las realizadas en el medievo, ni es posible un alistamiento masivo como los que hicieron nuestros antepasados para combatir en las grandes guerras del siglo veinte; pero no por ello se esta exento e impedido de la forja de tan insigne valor.

Quizá una de las características que aún confieren mayor trascendencia a tales hechos sea la dificultad en emprender tal camino en la situación acaecida en la actualidad. Es cierto que la desvirilización constante nos acorrala, así como la corrosión que ciertos valores y actitudes han padecido por el dogmatismo sectario dirigido por los órganos estatales que dirigen nuestras naciones, ¿pero acaso no siempre tales individuos han sido la oposición a tal camino, la piedra que nos ha hecho tropezar? Evidentemente sí, por lo tanto eso confiere ha nuestra hazaña una mayor trascendencia y debe acrecentar nuestro anhelo por la victoria.

Como decía con anterioridad, por encima de los miedos cobijados en nuestro Ser es mayor otro hecho que de una forma rotunda extirpa la posibilidad de llevar acabo nuestra misión: la casi total desaparición de aquellos escenarios donde la heroicidad puede manifestarse.
Prácticamente hemos de remitirnos a unas actividades físicas muy concretas, así como ciertas tareas de nuestro día a día, donde el hombre que sale airoso y triunfador puede tratársele de héroe o mejor dicho, de hombre insigne. Ya no hay escenarios bélicos donde emprender nuestro cumplimiento y deberes para con los nuestros, ni siquiera la existencia de valores en el seno de nuestro pueblo necesarios de guardar con recelo. Ya otros correligionarios y predecesores nuestros afirmaron con rotundidad que “es más difícil ser héroe en tiempos de paz que en tiempos de guerra”.

El joven que sin pena ni gloria se calza unas botas y emprende la marcha hacia la culminación de este o aquel pico aceptando el reto por mera vocación altruista; el joven que cara a cara y sintiendo el sudor frío caer por sus mejillas delante de su contrincante en el cuadrilátero acepta batirse en duelo; el joven campesino que ha de hacer frente los trescientos sesenta y cinco días del año contra malhechores que intentan asaltar su tierra… estos son nuestros héroes. En esas actividades es donde es menester inmiscuirse si verdaderamente queremos ser representantes dignos de nuestra tierra y de nuestro pueblo pues dado que nuestra palabra es condenada al ostracismo, es nuestra acción vivencial la que se muestra como baluarte frente a los demás, muy al margen pero de la mano de las otras obligaciones sociales y militantes que todo idealista tiene.

En todo lo demás, allí donde reina la colectividad, los intereses económicos como fin último, allí donde la gran masa plebeya centra su atención, es imposible hallar un atisbo de luz heroica. Más bien parece ser como si de repente en todo lo que esta masa atomizada centra su atención, la naturalidad y armonía desaparecen como por arte de magia.
La senda del guerrero es un lúgubre y angosto camino por el que el Ser elevado avanza en soledad y frente a la mirada atónita del vulgo, en este caminar se presentan los mayores temores que un hombre puede sentir en sus carnes, pues del mismo modo que un infante al nacer, todo aquello que puede salir a su encuentro tan solo tiene por testigo al mismísimo Incognoscible, el resto de congéneres están totalmente desprovistos de sentido y vista para poder alcanzar a comprender que representa esta cosmovisión de la vida.

El reino de la cantidad (como citaría Rene Guenón) lo engulle todo en esa bola decadente e impregnada de los antivalores característicos de esta era del hierro de la que tan solo se puede esperar un trágico final.

Luchar y no perseverar deben de ser los estandartes de nuestra marcha hacia el triunfo, aún siendo este, la victoria sobre uno mismo.


¡Salve et Victoria!

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